INVENTAR EL FUTURO: CÓMO TOMAR DECISIONES, MEJORAR LA EDUCACIÓN Y AUMENTAR EL BIENESTAR EN LA ERA DE LA INCERTIDUMBRE
por Horacio Krell*
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Vivimos en una era donde el futuro ya no puede predecirse con los modelos del pasado. Los avances tecnológicos, el cambio climático, la revolución de la inteligencia artificial y las tensiones geopolíticas han hecho del mañana un territorio incierto. Sin embargo, ese mismo mañana dependerá, más que nunca, de las decisiones que tomemos hoy. No es un destino fijo, sino un territorio que se construye. Y en esa construcción, la educación, la conciencia y la imaginación son nuestras principales herramientas.
Tomar decisiones es una habilidad esencial para el bienestar. Pero no
cualquier tipo de decisión: las más importantes son aquellas que, aunque no ofrecen recompensa inmediata, siembran las condiciones para una vida mejor en el futuro. El desafío está en que, en tiempos de inmediatez, redes sociales, gratificación instantánea y estímulos constantes, pensar a largo plazo se ha vuelto contra intuitivo.
Un experimento clásico en psicología ilustra este punto con claridad.
En los años 60, Walter Mischel realizó un estudio con niños de cuatro años: se les ofrecía una golosina con la opción de comerlo de inmediato o esperar unos minutos y recibir dos. Décadas después, se comprobó que quienes habían podido esperar ?es decir, quienes habían ejercido autocontrol y postergado la gratificación? tenían mejores resultados académicos, mayor estabilidad emocional y mayor éxito profesional. Este experimento no solo reveló el poder de la autodisciplina, sino también que esta puede entrenarse desde la
infancia. La capacidad de tomar decisiones que favorezcan el bienestar
futuro es una competencia que se cultiva.
La llamada ?miopía del futuro? es el sesgo cognitivo que nos lleva a
preferir placeres inmediatos a pesar de que perjudican nuestra vida a largo plazo. Afecta nuestras elecciones alimenticias, financieras, educativas e incluso políticas. Es más fácil gastar hoy que ahorrar para mañana, más cómodo evitar el esfuerzo que entrenarse, más popular prometer soluciones fáciles que aplicar políticas duraderas. Pero esta tendencia es una trampa.
Lo que no se entrena, se atrofia. Y una sociedad que no entrena su visión del futuro termina prisionera del presente.
Para evitar esta trampa, es fundamental una educación que no solo
transmita información, sino que enseñe a pensar estratégicamente, a
proyectarse, a tomar decisiones con conciencia. La educación no debe
enfocarse únicamente en el rendimiento inmediato (exámenes, títulos), sino en formar personas capaces de imaginar y construir el mundo que desean.
Esta visión ya es urgente en el contexto de la Cuarta Revolución Industrial, donde las habilidades más valoradas no son solo técnicas, sino humanas: pensamiento crítico, resolución de problemas, empatía, creatividad. Esas habilidades no se improvisan: requieren maestros capacitados, políticas educativas de largo plazo, y una cultura que valore el aprendizaje continuo.
En este contexto también aparecen nuevos desafíos neurocognitivos. Por ejemplo, la afantasía ?la imposibilidad de visualizar imágenes mentales?afecta a muchas personas sin que lo sepan. Si bien no impide pensar ni ser creativo, puede dificultar la proyección de escenarios futuros, que muchas veces requiere imaginación visual. Quienes no pueden visualizar deben encontrar otros recursos: lenguaje, lógica, emoción, abstracción. Este fenómeno nos recuerda que no todas las mentes funcionan igual, y que una educación del futuro debe ser inclusiva y considerar la diversidad cognitiva para que nadie quede atrás en el entrenamiento de su pensamiento anticipatorio.
Pensar el futuro no es solo una tarea individual. También es un deber colectivo. Muchas de las decisiones que afectan el bienestar social ?educación, salud, medio ambiente? dependen de políticas públicas. Países como Singapur o Finlandia han demostrado que cuando se coloca la educación en el centro de la estrategia nacional, pensando en décadas y no en mandatos, los resultados son transformadores. Para que eso ocurra, se requiere una dirigencia con visión, pero también una ciudadanía formada y exigente, capaz de premiar el largo plazo por sobre la inmediatez.
Porque, en última instancia, cada decisión es una semilla. Algunas
germinan rápido y se agotan pronto. Otras demoran en crecer, pero dan frutos duraderos. Educar, proyectar, imaginar, planificar, resistir la
gratificación inmediata, perseverar: todo eso forma parte de una
inteligencia estratégica orientada al bienestar duradero. No se trata de
adivinar el futuro, sino de inventarlo. Y para eso, debemos entrenar no solo nuestra mente, sino también nuestra voluntad, nuestra paciencia y nuestra conciencia.
No podemos garantizar lo que sucederá. Pero sí podemos aumentar las probabilidades de un futuro mejor, tomando mejores decisiones hoy. La educación es la mejor inversión para lograrlo. Y cuanto antes empecemos, mayor será el rendimiento de ese capital invisible llamado sabiduría.